Caolín y los zapatos rotos

"Un niño héroe del trabajo querible y mágico, quizás por el entorno navideño,  al final se engrandece más  con el gesto solidario  hacia su padre y hermano".

Por José Luis Aliaga Pereira.

El bombardeo consumista de los medios de comunicación en la navidad, hizo que Caolín se fijara en los dos pares de zapatos rotos que usaba. Unos que eran para ir al colegio y otros para estar en casa.

Caolín se desesperó. Papá y mamá le habían dicho: «No insistas… ¡No hay dinero! ¡No nos alcanza ni para comprar el panetón!». Caolín tampoco tenia un céntimo en los bolsillos. Propinas no habían en la casa.

Luego de buscar soluciones grandes en su pequeña cabeza; no le quedó más que agenciarse de hilo, agujas y de una lata de pintura que encontró en la caja de trastos que nadie hacía caso.

Encerrado en su cuarto, a escondidas de su familia, empezó su labor de zapatero remendón. Caolín era un niño muy curioso y perseverante. Había estado observando, durante casi una semana, el trabajo que realizaba el zapatero del barrio. Todos lo días al salir del colegio, se detenía como hipnotizado, a mirar a don Tucto, cómo ensartaba la aguja y el hilo en la suela de un par de botas de cuero que alguien había encargado remendar.

La fiesta navideña, como la propaganda de la radio y la televisión, no lo dejaban dormir. A pesar que los quehaceres o mandados de su madre entretenían sus descansos; poco a poco, los zapatos que calzaba en casa, iban cambiando, desde el color hasta la forma. Ya no eran los mismos.

Las canciones alusivas a la fiesta del niño Dios y las luces de colores en las calles eran de locura. El ajetreo de hombres, mujeres y niños que iban y venían con regalos y canastas navideñas, era interminable.

La noche de navidad, cuando su madre insistía para que bajara a participar de un chocolate con pan; Caolín se calzó, alegre, los zapatos. Parecían nuevos y hasta los sentía más cómodos que antes. —Ya voy madre mía —dijo y salió corriendo a mostrarlos, orgulloso; pero, al llegar a la sala donde habían servido la cena, miró a su padre y hermano que llevaban los zapatos, rotos y viejos, de siempre.

Caolín se detuvo con mil ideas en la mente. Regresó a su cuarto antes que descubrieran los zapatos «nuevos» que llevaba puestos.

Después retornó a la sala y saludó a sus padres y hermano, con los zapatos de colegio.

Diario Perú

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