Ahora que falta menos de dos semanas para el Mundial, la inversión en publicidad de cervezas es millonaria y los mensajes son de fraternidad, de familia, de amistad, de orgullo, etc. Pilsen y Cristal son las que más figuran, pero estas solo son parte de una gran familia formada por las distintas marcas del grupo cervecero Ab Inveb, el mismo que se compró a Backus en el verano 2018, monopolizando el negocio.
La cantidad de cerveza que ya tomamos y continuaremos tomando los peruanos ante la participación del Perú en Rusia 2018 es impresionante. El negocio cervecero tendrá al final del Mundial un balance, no solo positivo, sino además millonario. Hasta aquí todas son buenas noticias. Bueno, casi todas.
Gabriel Arriarán, antropólogo y periodista, lleva años sumergido en el tema de la minería ilegal en La Pampa y ha descubierto una complicidad que lo indigna. Como director del portal Frontera Pirata, Arriarán viene publicando una saga sobre la relación entre la esclavitud sexual de menores y la venta de cerveza peruana.
En su pesquisa, el periodista llega a contactar al distribuidor de toda la cerveza de La Pampa, quien le dice que vende, a los prostibares clandestinos, entre 24 mil y 30 mil cajas mensuales de cerveza. Arriarán accede a los cuadernos de contabilidad del Embassy, uno de los bares más populares de La Pampa y descubre que el 75% de sus ingresos proviene de la venta de cerveza.
Esto no tendría nada de particular si no fuera porque, para atraer a los consumidores, los bares de La Pampa utilizan a menores de edad llevadas con engaños desde distintos puntos del país, a quienes les quitan el DNI y las someten por años, obligándolas a conseguir clientes que, eventualmente y después de muchas cervezas, comprarán, además, sus servicios sexuales.
Otras veces simplemente las golpearán, violarán, obligarán a emborracharse, etc. Cuando sientan desesperación por huir, es muy probable que aparezcan muertas, fondeadas en un río envenenado por la fiebre del oro. Arriarán se pregunta por qué el grupo cervecero no prohíbe la distribución de sus marcas en La Pampa.
La respuesta es simple: 30 mil cajas mensuales de cerveza vendidas a 42 soles cada una son un negocio redondo. Si nos ponemos cínicos, además, podremos argumentar que el día que la cerveza peruana deje de llegar a esa zona del Perú, lo hará rápidamente cualquier cerveza brasileña a través de la Interoceánica. Y que, quitándole la venta, el grupo cervecero no soluciona los problemas de La Pampa. Es verdad. Como tampoco ganaremos el Mundial por el hecho de tomarnos millones de cajas entre mediados de junio y mediados de julio. Lo que duele es la doble cara.